La poesía en el tango


Manzi encarna, más que ningún otro, la presencia de la poesía en la letra del tango. Fue un poeta que no publicó ningún libro de poesías. No utilizó el lunfardo para expresarse, pese al compromiso popular de su obra literaria. A diferencia de otros grandes autores, sus letras no ofrecen crónicas de la realidad social ni imparten consignas morales. Sus versos suelen estar llenos de nostalgia, como el tango mismo. A través de ellos, Manzi arroja una mirada plena de ternura y compasión hacia los seres y las cosas. El barrio pobre, suburbano, es su gran escenario.
 Homero Nicolás Manzione, como verdaderamente se llamaba, nació de madre uruguaya y padre argentino en Añatuya, un empalme ferroviario de Santiago del Estero, el 1º de noviembre de 1907. Fue uno de los 8 hijos de Luis Manzione y Angela Prestera. “Tras un verde ventanal, frente al mismo algarrobal, conocí la luz del día”, escribiría sobre su pueblo natal en 1947. Esposo de Casilda Iñíguez Vildósola, amor de juventud, con quién concibió a su hijo Acho en marzo del 33. Amante de muchas o de pocas, o de una sola: Nelly Omar, quién dicen fue su gran amor.
Con siete años Homero ya estaba radicado en Buenos Aires, para comenzar su educación en el colegio Luppi, del humilde y alejado barrio de Pompeya. Cada elemento de aquel paisaje -desde el largo paredón que recorría camino de la escuela hasta el terraplén del ferrocarril- quedará capturado en algunas de sus letras posteriores, como la de "Barrio de tango" (de 1942) y la de "Sur".

LETRAS PARA LOS HOMBRES
Homero Manzi fue un letrista de tango como pocos, de esos que con sutileza y profundidad aprenden a observar las pequeñas cosas que conforman este mundo y mediante metáforas y divagares retóricos las apresan, las hacen propias y de todos, las juegan, las enaltecen, frente a miradas despistadas.
El vals "¿Por qué no me besas?", de 1921, fue su primera y olvidada pieza, con música de Fracisco Caso, quien años después vincularía a Manzi con Troilo. Nacería así uno de los más lúcidos binomios autorales del tango.
Un aporte decisivo de Manzi a la música rioplatense fue la jerarquización de la milonga, género que convive con el tango como un testimonio de sus orígenes. Junto con el pianista Sebastián Piana escribió grandes clásicos, como "Milonga sentimental", "Milonga del 900" y "Milonga triste". Piana y Manzi son autores, además, de tangos tan prominentes como "El pescante" y "De barro", y de un vals de singular belleza: "Paisaje", sin olvidar a "Viejo ciego", cuyas notas -posteriores al poema- fueron puestas por Piana y Cátulo Castillo.
Otra vertiente particular en la obra de Manzi fue su mimetización con la fiebre romántica que contrajo el tango en los años '40, tendencia a la que legó piezas de extraordinario valor, como "Fruta amarga", "Torrente", "Después", "Ninguna" o "Fuimos". En este último, escrito con el inspiradísimo bandoneonista José Dames, Manzi construye un poema de imágenes enormemente audaces para una canción popular, y, de hecho, "Fuimos" cautivó al público y a los intérpretes, quedando instalado como un paradigma del tango elaborado y estéticamente ambicioso.
De la extensa y rica producción de Manzi deben, como mínimo, destacarse un puñado de tangos sobresalientes, no en pequeña medida debido a la calidad de los músicos que este poeta eligió como compañeros de creación. Ninguna antología del tango puede olvidar "Monte criollo", con Francisco Pracánico; "Abandono", con Pedro Maffia; "Malena", "Solamente ella", "Mañana zarpa un barco" y "Tal vez será mi alcohol" (que la censura obligaría a convertir en "Tal vez será su voz"), con Lucio Demare; "Recién", con Osvaldo Pugliese; "En un rincón", con Héctor María Artola; "Fueye", con el cantor Charlo; "Manoblanca", sobre una antigua página de Antonio De Bassi; los valses "Romántica", con Félix Lipesker y "Romance de barrio", con Troilo, y sobre todo dos tangos definitivos: "El último organito", con su hijo Acho, y "Che, bandoneón", con Troilo.

UNIVERSIDAD: ¿CUNA DEL ALMA ARGENTINA?
En sus años de juventud, de gran ciudad, de pantalones largos y charlas sobre Marx e Yrigoyen y durante su corta estadía en la facultad de derecho, fue un estudiante comprometido y con ideas de cambio. En 1930, José Félix Uriburu interrumpió los días de democracia, de libertad de expresión, pero para este Homero joven e inquieto, las botas y la censura no fueron impedimento. Editaba junto a sus amigos de militancia un boletín crítico hacia las autoridades de la facultad y hacia el gobierno de facto, Tribuna universitaria, en algún sótano del barrio de Boedo, donde funcionaba una improvisada imprenta. Las consecuencias no se hicieron esperar y fue a parar a la cárcel de Las Heras, lo cual le costó la expulsión de la facultad. Comprometido con la sangre radical heredada de su padre, se convirtió, en 1935, en uno de los miembros más influyentes de la naciente Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), junto a su amigo y compañero Arturo Jauretche. Ya por el ‘45, la historia cambia: ¿radical y peronista? Vio tal vez en Perón la continuación de la obra de su viejo y querido “peludo”, y de allí su apoyo. Posiblemente Manzi entendía como válida toda acción política que mantenga sus ideales vivos, más allá de cualquier individualidad pasajera. “No somos oficialistas ni opositores, somos revolucionarios”, dijo tras que lo expulsaran del partido radical.

IMAGINARIO INCESANTE
Homero Manzi fue un eximio guionista y director de cine. Dedicado en sus historias a lo popular, a lo nacional, lo cotidiano, a la vida del barrio, del gaucho, al sufrimiento de una madre. En su veintena de producciones cinematográficas, realizadas en su mayoría junto a Ulises Petit de Murat, se desempeñó como guionista y como compositor musical. Por otro lado, se aventuró al mundo de la dirección con Pobre mi madre querida, en 1947, y ya sobre el final de sus días, con El último payador (1950).

Tras sufrir una crisis económica, el periodismo le abrió las puertas a Homero. Con arduo trabajo logró convertirse en un importante periodista, fundador de la revista Micrófono y director hasta 1938 de la revista Radiolandia; además de colaborador de los diarios Crítica, El Sol y El Combate, y de las revistas Línea y Ahora. Director hasta 1943 del Noticiero Panamericano, que se proyectaba en todos los cines del país durante los intervalos, y que brindaba noticias de actualidad de nivel nacional e internacional. También fue un gran impulsor de reformas culturales al participar en la fundación de Artistas Argentinos Asociados en 1942, organización cuyo fin consistía en otorgarle a los trabajadores del arte un marco de contención y legalidad laboral; y al convertirse en 1948 en presidente de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC).

Un día de marzo de 1951, a sólo dos meses de su muerte y desde la cama de un sanatorio, compuso Discepolín. Apenas la terminó, llamó por teléfono a Pichuco para dictarle la letra. "No habría pasado media hora cuando sonó el teléfono. Era Troilo para hacerle escuchar la música que ya estaba lista", escribe Horacio Salas en su libro Homero Manzi y su tiempo. Pocas semanas después, Troilo mascaba la tristeza de la muerte de su amigo y componía esa belleza titulada Responso.
Víctima de cáncer, falleció el 3 de Mayo de 1951 cuando tenía sólo 44 años, dejando gran cantidad de piezas inéditas, listas para musicalizar ("Magdalena", "Canto viejo", "Reminiscencias" y "Elegía"); además de los poemas para su libro, y varios proyectos cinematográficos inconclusos.





























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Homero Manzi - Página Oficial


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